lunes, 27 de enero de 2014

En la conclusión de la Semana de oración por la unidad de los cristianos, el Papa preside las Vísperas en la Basílica romana de San Pablo Extramuros


Artículo tomado de: http://www.news.va/es/news/


2014-01-25 Radio Vaticana

(RV).- (Con audio y video) La tarde del 25 de enero, el Papa Francisco se trasladó a la Basílica romana de San Pablo Extramuros para presidir, en la fiesta de la conversión del Apóstol de las gentes, las Segundas Vísperas, culminando así la Semana de oración por la unidad de los cristianos de este año.
Este octavario comenzó el pasado día 18. Y el tema de los textos de la Semana de oración de este año fueron tomados de la Primera Carta de San Pablo a los Corintios: «¿Acaso Cristo está dividido? (1 Co 1, 1-17)». Una vez más, en esta celebración, en la Basílica papal de San Pablo Extramuros, participaron los representantes de las demás Iglesias y Comunidades eclesiales presentes en Roma; junto al clero y los fieles de la diócesis del Papa para renovar juntos nuestra oración al Señor, fuente de la unidad.
En su homilía, el Papa comenzó diciendo: «¿Está dividido Cristo?» (1 Co 1,13). La enérgica llamada de atención de san Pablo al comienzo de su Primera carta a los Corintios, que resuena en la liturgia de esta tarde, ha sido elegida por un grupo de hermanos cristianos de Canadá como guión para nuestra meditación durante la Semana de Oración de este año.

Y añadió textualmente: El Apóstol ha recibido con gran tristeza la noticia de que los cristianos de Corinto están divididos en varias facciones. Hay quien afirma: «Yo soy de Pablo»; otros, sin embargo, declaran: « Yo soy de Apolo»; y otros añaden: «Yo soy de Cefas». Finalmente, están también los que proclaman: «Yo soy de Cristo» (cf. v. 12). Pero ni siquiera los que se remiten a Cristo merecen el elogio de Pablo, pues usan el nombre del único Salvador para distanciarse de otros hermanos en la comunidad. En otras palabras, la experiencia particular de cada uno, la referencia a algunas personas importantes de la comunidad, se convierten en el criterio para juzgar la fe de los otros.

En esta situación de división, Pablo exhorta a los cristianos de Corinto, «en nombre de nuestro Señor Jesucristo», a ser unánimes en el hablar, para que no haya divisiones entre ellos, sino que estén perfectamente unidos en un mismo pensar y un mismo sentir (cf. v. 10).
Y prosiguió diciendo: Nuestras divisiones hieren su cuerpo, dañan el testimonio que estamos llamados a dar en el mundo. El Decreto sobre el ecumenismo del Concilio Vaticano II, refiriéndose al texto de san Pablo que hemos meditado, afirma de manera significativa: «Con ser una y única la Iglesia fundada por Cristo Señor, son muchas, sin embargo, las Comuniones cristianas que se presentan a los hombres como la verdadera herencia de Jesucristo; ciertamente, todos se confiesan discípulos del Señor, pero sienten de modo distinto y marchan por caminos diferentes, como si Cristo mismo estuviera dividido». Y, por tanto, añade: «Esta división contradice clara y abiertamente la voluntad de Cristo, es un escándalo para el mundo y perjudica a la causa santísima de predicar el Evangelio a toda criatura» (Unitatis redintegratio, 1).
Al reafirmar que Cristo no puede estar dividido. Y que esta certeza debe animarnos y sostenernos para continuar con humildad y confianza en el camino hacia el restablecimiento de la plena unidad visible de todos los creyentes en Cristo, el Papa Bergoglio recordó la obra de dos grandes Papas: los beatos Juan XXIII y Juan Pablo II. Tanto uno como otro – dijo – fueron madurando durante su vida la conciencia de la urgencia de la causa de la unidad y, una vez elegidos a la Sede de Pedro, han guiado con determinación a la grey católica por el camino ecuménico.
El papa Juan, abriendo nuevas vías, antes casi impensables. El papa Juan Pablo, proponiendo el diálogo ecuménico como dimensión ordinaria e imprescindible de la vida de cada Iglesia particular. Junto a ellos, menciono también al papa Pablo VI, otro gran protagonista del diálogo, del que recordamos precisamente en estos días el quincuagésimo aniversario del histórico abrazo en Jerusalén con el Patriarca de Constantinopla, Atenágoras.
Y añadió: La obra de estos predecesores míos ha conseguido que el aspecto del diálogo ecuménico se haya convertido en una dimensión esencial del ministerio del Obispo de Roma, hasta el punto de que hoy no se entendería plenamente el servicio petrino sin incluir en él esta apertura al diálogo con todos los creyentes en Cristo. También podemos decir que el camino ecuménico ha permitido profundizar la comprensión del ministerio del Sucesor de Pedro, y debemos confiar en que seguirá actuando en este sentido en el futuro. Mientras consideramos con gratitud los avances que el Señor nos ha permitido hacer, y sin ocultar las dificultades por las que hoy atraviesa el diálogo ecuménico, pidamos que todos seamos impregnados de los sentimientos de Cristo, para poder caminar hacia la unidad que él quiere.
En este ambiente de oración por el don de la unidad, el Papa Francisco saludó cordial y fraternalmente al Metropolita Gennadios, representante del Patriarcado Ecuménico, a Su Gracia David Moxon, representante del arzobispo de Canterbury en Roma, y a todos los representantes de las diversas Iglesias y Comunidades Eclesiales presentes esta tarde en la Basílica de San Pablo Extramuros.
Y concluyó con estas palabras: Queridos hermanos y hermanas, oremos al Señor Jesús, que nos ha hecho miembros vivos de su Cuerpo, para que nos mantenga profundamente unidos a él, nos ayude a superar nuestros conflictos, nuestras divisiones, nuestros egoísmos, y a estar unidos unos a otros por una sola fuerza, la del amor, que el Espíritu Santo derrama en nuestros corazones (cf. Rm 5, 5 ). Amén.

Texto completo de la homilía del Santo Padre Francisco

«¿Está dividido Cristo?» (1 Co 1,13). La enérgica llamada de atención de san Pablo al comienzo de su Primera carta a los Corintios, que resuena en la liturgia de esta tarde, ha sido elegida por un grupo de hermanos cristianos de Canadá como guión para nuestra meditación durante la Semana de Oración de este año.
El Apóstol ha recibido con gran tristeza la noticia de que los cristianos de Corinto están divididos en varias facciones. Hay quien afirma: «Yo soy de Pablo»; otros, sin embargo, declaran: « Yo soy de Apolo»; y otros añaden: «Yo soy de Cefas». Finalmente, están también los que proclaman: «Yo soy de Cristo» (Cf. v. 12). Pero ni siquiera los que se remiten a Cristo merecen el elogio de Pablo, pues usan el nombre del único Salvador para distanciarse de otros hermanos en la comunidad. En otras palabras, la experiencia particular de cada uno, la referencia a algunas personas importantes de la comunidad, se convierten en el criterio para juzgar la fe de los otros.
En esta situación de división, Pablo exhorta a los cristianos de Corinto, «en nombre de nuestro Señor Jesucristo», a ser unánimes en el hablar, para que no haya divisiones entre ellos, sino que estén perfectamente unidos en un mismo pensar y un mismo sentir (Cf. v. 10). Pero la comunión que el Apóstol reclama no puede ser fruto de estrategias humanas. En efecto, la perfecta unión entre los hermanos sólo es posible cuando se remiten al pensar y al sentir de Cristo (Cf. Flp 2, 5). Esta tarde, mientras estamos aquí reunidos en oración, nos damos cuenta de que Cristo, que no puede estar dividido, quiere atraernos hacia sí, hacia los sentimientos de su corazón, hacia su abandono total y confiado en las manos del Padre, hacia su despojo radical por amor a la humanidad. Sólo él puede ser el principio, la causa, el motor de nuestra unidad.
Cuando estamos en su presencia, nos hacemos aún más conscientes de que no podemos considerar las divisiones en la Iglesia como un fenómeno en cierto modo natural, inevitable en cualquier forma de vida asociativa. Nuestras divisiones hieren su cuerpo, dañan el testimonio que estamos llamados a dar en el mundo. El Decreto sobre el ecumenismo del Vaticano II, refiriéndose al texto de san Pablo que hemos meditado, afirma de manera significativa: «Con ser una y única la Iglesia fundada por Cristo Señor, son muchas, sin embargo, las Comuniones cristianas que se presentan a los hombres como la verdadera herencia de Jesucristo; ciertamente, todos se confiesan discípulos del Señor, pero sienten de modo distinto y marchan por caminos diferentes, como si Cristo mismo estuviera dividido». Y, por tanto, añade: «Esta división contradice clara y abiertamente la voluntad de Cristo, es un escándalo para el mundo y perjudica a la causa santísima de predicar el Evangelio a toda criatura» (Unitatis redintegratio, 1). ¡Todos nosotros hemos sido dañados por las divisiones! ¡Ninguno de nosotros queremos llegar a ser un escándalo! Y por esto todos nosotros caminamos juntos, fraternamente, por el camino hacia la unidad, también haciendo unidad en el caminar, esa unidad que viene del Espíritu Santo y que nos lleva a una singularidad especial, que sólo el Espíritu Santo puede hacer: esa diversidad reconciliada. ¡El Señor nos espera a todos, nos acompaña a todos: está con todos nosotros en este camino de la unidad!
Queridos amigos, Cristo no puede estar dividido. Esta certeza debe animarnos y sostenernos para continuar con humildad y confianza en el camino hacia el restablecimiento de la plena unidad visible de todos los creyentes en Cristo. Me es grato recordar en este momento la obra de dos grandes Papas: los beatos Juan XXIII y Juan Pablo II. Tanto uno como otro fueron madurando durante su vida la conciencia de la urgencia de la causa de la unidad y, una vez elegidos como Obispos de Roma, han guiado con determinación a la grey católica por el camino ecuménico. El Papa Juan, abriendo nuevas vías, antes casi impensables. El Papa Juan Pablo, proponiendo el diálogo ecuménico como dimensión ordinaria e imprescindible de la vida de cada Iglesia particular. Junto a ellos, menciono también al Papa Pablo VI, otro gran protagonista del diálogo, del que recordamos precisamente en estos días el quincuagésimo aniversario del histórico abrazo en Jerusalén con el Patriarca de Constantinopla, Atenágoras.
La obra de estos predecesores míos ha conseguido que el aspecto del diálogo ecuménico se haya convertido en una dimensión esencial del ministerio del Obispo de Roma, hasta el punto de que hoy no se entendería plenamente el servicio petrino sin incluir en él esta apertura al diálogo con todos los creyentes en Cristo. También podemos decir que el camino ecuménico ha permitido profundizar la comprensión del ministerio del Sucesor de Pedro, y debemos confiar en que seguirá actuando en este sentido en el futuro. Mientras consideramos con gratitud los avances que el Señor nos ha permitido hacer, y sin ocultar las dificultades por las que hoy atraviesa el diálogo ecuménico, pidamos que todos seamos impregnados de los sentimientos de Cristo, para poder caminar hacia la unidad que él quiere. ¡Y caminar juntos ya es hacer unidad!

En este ambiente de oración por el don de la unidad, quisiera saludar cordial y fraternalmente a Su Eminencia el Metropolita Gennadios, representante del Patriarcado Ecuménico, a Su Gracia David Moxon, representante del arzobispo de Canterbury en Roma, y a todos los representantes de las diversas Iglesias y Comunidades Eclesiales que esta tarde han venido aquí. Con estos dos hermanos, en representación de todos, hemos rezado en el Sepulcro de Pablo y hemos dicho entre nosotros: “¡Oramos para que Él nos ayude en este camino, en este camino de la unidad, el amor, haciendo camino de unidad!”. La unidad no vendrá como un milagro al final: la unidad viene en el camino, la hace el Espíritu Santo en el camino. Si nosotros no caminamos juntos, si nosotros no rezamos unos por otros, si nosotros no trabajamos en tantas cosas que podemos hacer en este mundo por el Pueblo de Dios, ¡la unidad no vendrá! Se hace en este camino, en cada paso, y no la hacemos nosotros: la hace el Espíritu Santo, que ve nuestra buena voluntad.
Queridos hermanos y hermanas, oremos al Señor Jesús, que nos ha hecho miembros vivos de su Cuerpo, para que nos mantenga profundamente unidos a él, nos ayude a superar nuestros conflictos, nuestras divisiones, nuestros egoísmos, ¡y recordemos que la unidad siempre es superior al conflicto! Y nos ayude a estar unidos unos a otros por una sola fuerza, la del amor, que el Espíritu Santo derrama en nuestros corazones (Cf. Rm 5, 5). Amén.
(María Fernanda Bernasconi – RV).

sábado, 25 de enero de 2014

Homilía del viernes: Hacer las paces con los demás con humildad cuando reñimos

Artículo tomado de: https://www.facebook.com/news.va.es


No es fácil construir el diálogo con los demás, especialmente si nos divide el rencor. Pero el cristiano busca siempre el camino de escucha y reconciliación, con humildad y docilidad, porque eso es lo que nos ha enseñado Jesús. Fue en síntesis el pensamiento del Papa Francisco en su homilía durante la Misa de la mañana en la Casa de Santa Marta.

Me rompo, pero no me doblego, afirma un cierto dicho popular. Me doblego para no romperme, sugiere la sabiduría cristiana. Dos modos de entender la vida: el primero, con su dureza, fácilmente destinado a levantar muros de incomunicación entre las personas, hasta la degeneración del odio. El segundo, proclive a tender puentes de comprensión, también después de un altercado o una discusión. Pero, advirtió Francisco, a condición de buscar y practicar la humildad”.

La homilía de hoy en Santa Marta fue la continuación de la de ayer. Al centro de la lectura litúrgica y de la reflexión del Papa, nuevamente el enfrentamiento entre el Rey Saúl y David. El segundo tiene ocasión de matar al primero pero, observó el Santo Padre, escoge “otro camino: el camino de acercarse, de esclarecer la situación, de explicarse. El camino del diálogo para hacer la paz”:

“Para dialogar es necesaria la docilidad, sin gritar. Es necesario pensar que la otra persona tiene más que yo, y David lo pensaba: ‘Él es el ungido del Señor, es más importante que yo’. La humildad, la docilidad… Para dialogar, es necesario hacer lo que hoy hemos pedido en la oración, al inicio de la Misa: darse todo a todos. Humildad, docilidad, darse todo a todos; todos sabemos que para hacer esto es necesario tragarse tantas cosas. Pero, debemos hacerlo, porque la paz se consigue así: con la humildad, la humillación, buscando siempre ver en el otro la imagen de Dios”.

“Dialogar es difícil”, reconoció el Obispo de Roma. Pero peor que intentar construir un puente con un adversario es dejar crecer en el corazón el rencor hacia él. De esta manera, afirmó, nos quedamos “aislados en este caldo amargo de nuestro resentimiento”.

Un cristiano, en cambio, tiene como modelo a David, que vence el odio con “un acto de humildad”: “Humillarse, y siempre construir puentes, siempre. Siempre. Y esto es ser cristiano. No es fácil. No es fácil. Jesús lo hizo: se humilló hasta el final, nos hizo ver el camino. Y es necesario que no pase mucho tiempo: cuando existe un problema, lo más pronto posible, en el momento en el que se pueda hacer, después de que la tormenta ha pasado, hay que tratar de acercarse al otro con el diálogo, porque el tiempo hace crecer el muro, así como hace crecer la mala hierba que impide el crecimiento del grano. Y cuando los muros crecen es muy difícil la reconciliación: ¡es muy difícil!”.

No es un problema si “alguna vez los platos vuelan” – “en familia, en las comunidades, entre los vecinos” – repitió el Papa. Lo importante es “buscar la paz lo más pronto posible”, con una palabra, un gesto. Un puente antes que un muro, como aquel que por tantos años dividió Berlín. Porque “también, en nuestro corazón – dice Papa Francesco – existe la posibilidad de convertirse en Berlín con un muro que nos separe de los demás”:

“Yo tengo miedo de estos muros, de estos muros que crecen cada día y favorecen los resentimientos. También el odio. Pensemos en este joven David: habría perfectamente podido vengarse, habría podido echar al rey y eligió el camino del diálogo, con la humildad, la mansedumbre, la dulzura. Hoy, podemos pedir a San Francisco de Sales, Doctor de la dulzura, que nos dé a todos nosotros la gracia de hacer puentes con los demás, jamás muros”.

lunes, 6 de enero de 2014

El Papa anuncia su viaje a Amman, Belén y Jerusalen

La Navidad nos revela el amor inmenso de Dios por la humanidad

 

viernes, 3 de enero de 2014

Ángel Sanz Briz, el Ángel de Budapest

 Tomado de: http://www.aleteia.org/es/

El ingenio del Schindler español para salvar judíos

Ángel Sanz Briz, embajador en Bucarest en 1944, urdió un plan para rescatar a más de 5.200 hebreos del exterminio nazi


“A lo largo de su carrera, mi padre siempre nos decía: lo que tuve el privilegio de hacer en Budapest, es lo más importante que he hecho en mi vida”. Así lo desvelaba su hija Adela de su padre, Ángel Sanz Briz, el diplomático español que salvó del exterminio a más de 5.200 judíos cuando comandaba en 1944 la Embajada española en Budapest. La ciudad estaba ocupada por los nazis y, viendo su final, querían acabar el holocausto de los hebreos y otras etnias con el que habían asolado Europa.

Reconocido posteriormente como “El Ángel de Budapest”, este Schindler español vio la luz en Zaragoza el 28 de septiembre de 1910 de una familia de militares y comerciantes. Estudió Derecho y accedió a la Escuela Diplomática en 1943. Previamente, con el comienzo de nuestra contienda civil, se alistó voluntariamente en el ejército de Franco para acabar en El Cairo tras la resolución del conflicto, que fue su primer destino diplomático. En 1942 abandonó la capital egipcia para engrosar la legación húngara. Llegaba recién casado y asistió al ocaso sangriento del nazismo, contemplando como eran deportados multitud de judíos húngaros a los campos de exterminio para ejecutar la Solución final de Hitler. Todo esto hería la humanidad del cristiano Sanz Briz que hacia gestiones para taponar, aunque fuera débilmente, esa hemorragia de seres humanos hacia las cámaras de gas.

El decreto salvador

Primeramente, junto con el embajador Miguel Ángel de Muguiro, consulta con Madrid las actuaciones a llevar a cabo, pero no tuvo respuesta. En este sentido, había un precedente con el secretario de la embajada en Berlín, Federico Olivar, que había solicitado también apoyo al Ministerio de Asuntos Exteriores para ayudar a los judíos.

De Muguiro rescata un viejo decreto de Primo de Rivera de 1924 que permitía conceder la nacionalidad española a los descendientes de los sefardíes expulsados de España por los Reyes Católicos, con el que tramita el desplazamiento de más de 500 niños a Tánger antes de que fueran exterminados. Los alemanes desconocían que esta ley fue derogada por la Segunda República en 1931, pero cursaron su disgusto a Madrid por la maniobra del embajador español, por lo que tuvo que abandonar la legación y Sanz Briz se convierte en su responsable principal.

Junto con Giorgio Perlasca (de quién se hizo la película El cónsul Perlasca), a quien Sanz Briz nacionaliza y ficha para la Embajada, decide perfeccionar el plan para continuar con la salvación de los judíos. En éste entran en juego los contactos con diplomáticos de otros países, como el embajador sueco Raoul Wallenberg, quien fue a Budapest con la misión de salvar judíos (a él se le atribuye la vida de unos 40.000). Sanz Briz cooperó también con el nuncio apostólico Angelo Rota, el cónsul suizo Carl Lutz y muchos otros diplomáticos que mantenían una red clandestina de salvamento.

Genio aragonés
Briz envió al gobernador nazi Adolf Eichmann una jugosa donación de dinero para salvaguardar la seguridad física de los españoles por parte de las SS y obtener visados para los sefardíes. Los nazis concedieron 200 salvoconductos y Briz y su organización los multiplicaron por más de 5.200.

Años más tarde el diplomático zaragozano narró este “extraño” crecimiento al convertir las dos centenas para individuos en otras tantas  para familias, pues se descompuso la numeración de cada documento en varias letras del abecedario, con lo que se ampliaba enormemente la cantidad de beneficiados, la mayoría de ellos no eran descendientes de sefardíes. El único requisito era no superar el número 200.

Con la vorágine nazi por el curso opuesto de la guerra para sus intereses y por el maléfico afán de acabar con el mayor número de judíos, el diplomático tuvo que alquiler alojamientos para cobijar, alimentar y atender médicamente a los que facilitaba documentos la organización. Recluidos en los lugares la mayor parte del tiempo, los refugiados esperaban sólo los medios de transporte que les llevaran a un país seguro, de cuyos trámites se encargaba Briz, Perlasca y el resto de la red que habían establecido.

Nuevos destinos
De regreso a España, el aragonés no recibió ninguna felicitación ni censura por su labor. Entre 1946 y 1960 estuvo al frente de varias embajadas, legaciones y consulados, entre ellas, la de Lima, Berna, Vaticano y Bayona. En 1960, fue nombrado embajador en Guatemala, donde recibió la Gran Cruz de la Orden del Quetzal. En 1962, fue destinado a Estados Unidos, donde desempeñó el cargo de cónsul general en Nueva York. Años más tarde, en la Embajada de Holanda, le concedieron la Gran Cruz de la Orden de Orange-Nassau. A continuación, pasó unos años en Bélgica, y en 1973 se estableció en China para ser el primer embajador español en Pekín, ante el régimen de Mao Tse-Thung. Su último destino fue el Vaticano, en 1976, como embajador de España ante la Santa Sede, donde le concedieron la Gran Cruz de la Orden de San Gregorio Magno.
En este último destino romano, Ángel Sanz Briz muere en 1980 unos meses antes de cumplir setenta años. Los sefarditas, utilizando su nombre de pila, le pusieron el sobrenombre de “Ángel de Budapest”. En 1991, los herederos de Briz recibieron el título de “Justo entre las Naciones” de manos del Museo del Holocausto Yad Vashem, de Israel, y reconoció su benefactora y desinteresada acción, inscribiendo su nombre en el memorial del Holocausto junto a otros héroes, como el sueco Wallenberg y el alemán Schindler.

Otros españoles “salvajudíos”
El Muro de Honor del Jardín de los Justos en Jerusalén contiene los nombres de unas 22.000 personas a las que reconocen el mérito de haber salvado a hebreos. Ningún español fue incluido antes de que nuestro país estableciera relaciones diplomáticas con Israel, pero posteriormente fueron reconocidos, además de Sanz Briz, José Ruiz Santaella, agregado de la Embajada española en Berlín, y su mujer Carmen Schrader. En octubre de 2007, lo fue Eduardo Propper de Callejón (1895-1972), que como diplomático en París ayudó a escapar a miles de judíos franceses.
En 2008, la Fundación Raoul Wallenberg propuso para Justos entre las Naciones a otros tres diplomáticos españoles: Julio Palencia, Bernardo Rolland de Miota y Sebastián Romero Radigales.
En 2001, Berndt Rother (Franco y el Holocausto) estimaba entre 20.000 y 35.000 los judíos que salvaron su vida gracias a actuaciones de españoles.